El milagro de los
peces y los panes
Jesús pone a prueba a sus discípulos para ver si a estas alturas ya se han
rendido a la evidencia de que su maestro no es cualquier maestro. A pesar de
ver a Jesús convertir el agua en vino, presenciar la sanación de un paralítico
postrado en una camilla por 38 años, todavía dudan de su poder milagroso. Jesús
le pregunta a Felipe “¿Dónde vamos a comprar pan para que coma esta gente?”.
Felipe abrumado por la magnitud del problema, mira a su alrededor y sopesa los
recursos a la mano. La respuesta es obviamente desesperación. “Ni con el
salario de ocho meses podríamos comprar suficiente pan para darle un pedazo a
cada uno”. Jesús aprovecha cada ocasión en la que se presenta una situación
difícil para hacer la misma pregunta “¿Cómo podemos resolver esta situación?”
Si tu respuesta a esta pregunta la basas en lo que ves o en los recursos que
tienes, lo más seguro es que termines desesperado como Felipe. En otras
palabras, si estás enfermo y Jesús te pregunta “¿Qué podemos hacer?”, la
respuesta no es “déjame mirar el informe médico, o deja que investigue en
internet cúantos casos mueren por causa de esta enfermedad” La respuesta más
bien debería ser “Señor, yo sé lo que tenemos, pero sé que tú estás conmigo, y
si tu así lo quieres puedes multiplicar los recursos infinitamente, puedes
sanar mi vida, puedes restaurar mi relación, si alimentaste a cinco mil, nada
es imposible a tu lado”. Pero una vez más, y a pesar de la falta de fe de sus
discípulos, Jesús no juzga a Felipa, ni lo reprende, simplemente le dice “Hagan
que se sienten todos”. En otras palabras, déjame que te muestra Felipe que
cuando miro al cielo, le encomiendo al padre y doy gracias, tus recursos se
multiplican, el cielo se abre y vierte sobre mí sus bendiciones. Así puedo yo
proveer todas tus necesidades.
La separación de la
cosecha
En otro evangelio se menciona este milagro, pero se especifica que había
cinco mil hombres. Así que habría que contar también con las mujeres y los
niños. Es decir, que en realidad había ese día cerca de las diez mil personas.
De entre tantas personas había muchos que genuinamente seguían a Jesús por sus
hermosas enseñanzas y por su milagroso poder; otros en cambio, lo seguían
porque buscaban un líder que encabezara una revuelta en contra de la opresión
de los romanos; y por último, entre la gente humilde del pueblo se camuflaban
algunos fariseos, maestros de la ley, que querían saber más del misterioso y
enigmático rabí. Jesús utiliza este capítulo para desenmascarar las verdaderas
intenciones de cada uno.
a)
Los que
utilizan a Jesús como un revolucionario: Este grupo puede incluir
la misma iglesia, la cual en diversos capítulos de su pasado usó el nombre de
Jesús para llevar a cabo matanzas, y auténticas abominaciones, tales como las
cruzadas, la inquisición, la conversión de los indígenas de las Américas, por
nombrar solo algunos ejemplos. Al obrar el milagro de la multiplicación, muchos
vieron el líder poderoso y con autoridad que necesitaban para su revolución
contra los romanos. En masa se dirigen hacia él para hacerlo su rey, pero Jesús
se zafa de ellos y se aleja a solas a orar y hablar con el padre. Envía a sus
discípulos al otro lado del río y a media noche, mientras los discípulos se
hallan cruzando el río, Jesús se les aparece caminando sobre el agua. Jesús los
anima, y les asegura que no tengan miedo.
b)
Los usan a
Jesús como una lámpara mágica: Este grupo realmente cree en el poder milagroso de
Jesús, pero piensan que Jesús está ahí solo para proveerles de lo que
necesitan. No entienden que establecer una relación con él significa
convertirse en un discípulo, y para ser un discípulo de Cristo, Jesús nos dice
que debemos tomar nuestra cruz y seguirlo cada día. Tomar la cruz, significa
aquí crucificar nuestra carne, nuestros deseos, impulsos, y ansias de posesión
material. Los discípulos de Jesús deben aprender a aceptar la voluntad del
padre, pero este grupo pone como prioridad sus necesidades, su agenda y sus
deseos, pero Jesús ve a través de sus corazones corruptos y les confronta
directamente “Ciertamente les aseguro que ustedes me buscan, no porque han
visto señales sino porque comieron pan hasta llenarse. Trabajen, pero no por la
comida que es perecedera, sino por la que permanece para vida eterna, la cual
les dará el Hijo del hombre. Sobre éste ha puesto Dios el Padre su sello de
aprobación”.
c)
Los que no pueden ver a Jesús por estar ciegos
espiritualmente: Este grupo representa a los judíos que a pesar de tener
cientos y cientos de versículos, profecías y señales de la llegada de Jesús no
son capaces de verlo. Este grupo incluso lo tenían frente a sus ojos y tuvieron
la oportunidad de preguntarle directamente. A pesar de la claridad de sus
respuestas todavía no eran capaces de creer en él, porque todo lo filtran a
través del antiguo pacto con Dios. Estos le preguntan “¿Qué tenemos que hacer
para realizar las obras que Dios nos exige?”. Jesús, intentando romper sus
esquemas de seguir los diez mandamientos, les simplifica las cosas y les reduce
todos sus mandamientos a uno solo “que crean en aquel a quien él envió”. Se
puede decir más alto, pero no más claro; sin embargo, ellos insisten y le piden
una señal para que lo crean. Ahí Jesús se da cuenta que sus ojos espirituales
están cerrados y habla el lenguaje del espíritu. Jesús les dice que deben comer
de su carne y beber de su sangre si quieren tener vida eterna. Por supuesto,
Jesús está anticipando el tipo de muerte al que se enfrentaría, como su cuerpo
sería roto y su sangre derramada y que solo así, la humanidad podría realmente
tener redención. En este momento, ninguno de los que escuchó estas palabras
pudo realmente comprender. Asimilando desde la mente humana pensaron que Jesús
estaban incitándoles al canibalismo. En ese instante todos los que aún seguían
sin estar convencidos de él, decidieron abandonarle a su propia suerte y aquí
se divide el último grupo y los únicos que no le abandonaron.
d)
Sus verdaderos
discípulos; este grupo, a pesar de aún no entender, a pesar de la
dificultad de sus enseñanzas decide seguir a su lado y confiar en que algún día
lo entenderían. Jesús les dice a sus discípulos “¿También ustedes quieren
marcharse?” a lo que Pedro responde “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras
de vida eterna. Y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Santo de Dios.
Y por último dentro de este íntimo grupo hay uno infiltrado que tiene malas
intenciones, dice Jesús “uno de ustedes es un diablo”. Es decir, Jesús conoce
cada uno de los corazones de sus seguidores.