La vida vista desde el
prisma de la ley o la gracia
Jesús y sus discípulos se encuentran con un hombre ciego de nacimiento y lo
primero que sus discípulos le preguntan es “Rabí, para que este hombre haya
nacido ciego ¿quién pecó, él o sus padres?”. Esta es la misma pregunta que
muchos se hacen hoy día cuando ven a alguien que padece cáncer. “sí, tiene
cáncer, pero es porque no comía saludable, o es porque arrastraba un dolor
emocional tan fuerte que lo ha somatizado en forma de ese cáncer”. Esa creencia
sigue muy vigente, que de alguna manera nosotros atraemos un karma a nuestra
vida. También en la biblia se habla de esta ley “el que siembra recoge”. No
obstante y a diferencia del karma, la gracia es la intervención divina de Dios
en nuestras vidas y como ésta puede revertir cualquier desgracia y convertirla
en un acto para su gloria. Sin perder un segundo, Jesús le responde a sus
discípulos “Ni él pecó, ni sus padres, sino que esto sucedió para que la obra
de Dios se hiciera evidente en su vida”.
Para aquellos que ven los eventos de la vida a través de la siembra y la
cosecha, todo depende de ellos mismos. Ellos son responsables de su destino y
de sus calamidades. Sin embargo, para aquellos que descansan en la gracia,
saben que tanto los actos milagrosos, como las desgracias obran para la gloria
de Dios. “Todo obra para bien para aquellos que aman a Dios”.
La ceguera espiritual
Jesús obra este milagro no sólo para traer la gloria a Dios sino para
exponer también la ceguera espiritual de los fariseos. Esta es una ceguera que
proviene del orgullo, es una falta de visión espiritual. Por más claro que
hable Jesús, a pesar de los cientos de profecías que anunciaban su llegada, los
fariseos están ciegos espiritualmente, hasta el punto de tener al ansiado
mesías frente a ellos y no verlo. Cuando interrogan al ciego por tercera vez,
este no puede evitar responderles con lo obvio “lo único que sé es que era
ciego y ahora veo”. Es evidente que aquellos que escuchaban a Jesús tenían dos
posturas: pensar que estaba loco de remate, o aceptar que lo que decía de sí
mismo era verdad. No había término medio. El término medio tal vez era no
escucharlo hablar o ignorarlo. Hoy día ese problema sigue prevaleciendo. Pero
Jesús te pregunta a ti hoy igual que le preguntó a este ciego “¿crees en el
Hijo del Hombre?”.
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