Monday, February 15, 2016

CAPITULO 8

Jesús no nos condena
El episodio con la mujer que comete adulterio es la prueba irrefutable de que Jesús no condena a los pecadores, sino a los corazones hipócritas. Los fariseos desprecian a Jesús, sin embargo, le traen a esta mujer para tenderle una trampa y ponerlo a prueba. Aparentando reverencia a Jesús le dicen “Maestro, a esta mujer se la ha sorprendido en el acto mismo de adulterio. En la ley Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres ¿Tú que dices?”. Los fariseos aprovecharon que estaba enseñando y que una multitud de personas que creían en él estaban atentos a la escena. Si Jesús decía que había que apedrearla, todas sus enseñanzas sobre el amor, la compasión y el perdón, no tendrían sentido ni coherencia. Si, por el contrario, decía que no la apedreasen, los fariseos se le echarían encima, diciendo que estaba desobedeciendo la ley de Dios. Jesús entonces hace algo muy interesante y que probablemente nadie entre la multitud entendió. Se agachó y con su dedo escribió en la piedra (Dado que Jesús estaba enseñando en el templo, el suelo era de piedra y no de arena como algunas personas creen). Jesús en realidad estaba diciendo “tú me hablas de la ley, pero yo estuve allí cuando Dios le dio los diez mandamientos a Moisés. Su dedo en la piedra, era una representación del dedo de Dios escribiendo aquellos mandamientos. Al levantarse responde algo que ninguno esperaba. Jesús, conociendo sus corazones corruptos les dice “aquel de ustedes que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. De todas las personas allí presentes, ni uno sólo podía condenar a aquella mujer. Tan solo Jesús; sin embargo él no lo hizo. Uno a uno arrojaron sus piedras de más viejos a más jóvenes. En ese instante Jesús se agachó una segunda vez para escribir en el suelo. El evangelio no menciona qué fue lo que escribió, pero yo pienso que Jesús se levantó a escribir una sola palabra “Gracia”. Es decir, Jesús se inclinó la primera vez para simbolizar que él fue el autor de los diez mandamientos, y la segunda para decir, pero yo no he venido a juzgar a nadie, sino para perdonar los pecados a través de mi gracia. “Mujer, ¿Dónde están? ¿Ya nadie te condena?”, “Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar”. Creo que la vida de esta mujer cambió para siempre gracias a esta interacción con Jesús. Realmente pienso que este fue su último pecado, porque la verdadera transformación sucede cuando eres perdonado a pesar de tus imperfecciones. Sin embargo, los fariseos pensaban lo contrario, primero debes actuar perfectamente y luego serás perdonado.
Jesús es la luz del mundo
Después de esa lección magistral de compasión, Jesús hace está afirmación frente a los que han presenciado este evento. “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. Sin duda que seguir la ley no trae luz a nuestro espíritu, sino maldad, juicio interior y un sentimiento de superioridad sobre otros. Cuando hacemos las cosas a nuestra manera terminamos siendo arrogantes, prejuiciosos y egoístas, incluso aunque pensemos que estamos haciendo lo correcto. Jesús dice si no me sigues a mí, al final terminarás siguiendo tus propias pasiones y estarás ciego espiritualmente. La única forma de permanecer en la luz y en la verdad es seguir a Jesús, aprender sobre sus enseñanzas y permanecer fiel a sus mandatos, los cuales él mismo escribe en nuestro corazón. “Si se mantienen fieles a mis enseñanzas, serán realmente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres”
La atemporalidad de Jesús

A pesar de sus claras enseñanzas, los fariseos continúan filtrándolo todo a través de la ley y lo que ellos saben sobre religión. Obviamente, lo que Jesús enseña desafía la ley que trajo Moisés, por la sencilla razón que la ley es inflexible, todo es blanco o negro. Sin embargo, Jesús viene a traer la gracia, y la gracia es flexible. La ley, no perdona al pecador, la gracia condena el pecado pero no al pecador. La ley es rígida y estricta, la gracia es paciente y compasiva. La ley señala las manchas, la gracia las lava. Pero lo más difícil de digerir para los fariseos era que Jesús viene del padre y que por lo tanto el existía desde antes de la creación. Cuando los judíos eran esclavos de los egipcios, Moisés se encuentra con Dios en el desierto. Dios le dice que vaya a liberar a su gente. Moisés duda que los judíos le crean así que le pregunta a Dios. “Cuándo me pregunten por tu nombre ¿qué les diré?”. Dios le responde algo muy interesante. “Diles que soy el que soy”. Es decir, soy aquel que es atemporal, el que fue, es y será, aquel que vive afuera de las leyes del tiempo y el espacio. Así que cuando Jesús les dice a los judíos que Abraham se regocijó al saber que Jesús vendría, éstos se rieron y le confrontaron “ni a los cincuenta años llegas ¿y has visto a Abraham?”. A lo que Jesús les responde algo que los confunde tanto como los enfurece “ciertamente les aseguro que, antes de que Abraham naciera ¡Yo soy!”. Jesús aquí utiliza las mismas palabras que Dios usó en el desierto para presentarse a Moisés. Los judíos lo sabían y por eso trataron apresarlo y matarlo en ese mismo instante, pero su momento aún no había llegado. Jesús desaparece como por arte de magia y continúa con sus enseñanzas. 

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