Jesús no nos condena
El episodio con la mujer que comete adulterio es la prueba irrefutable de
que Jesús no condena a los pecadores, sino a los corazones hipócritas. Los
fariseos desprecian a Jesús, sin embargo, le traen a esta mujer para tenderle
una trampa y ponerlo a prueba. Aparentando reverencia a Jesús le dicen “Maestro,
a esta mujer se la ha sorprendido en el acto mismo de adulterio. En la ley
Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres ¿Tú que dices?”. Los fariseos
aprovecharon que estaba enseñando y que una multitud de personas que creían en
él estaban atentos a la escena. Si Jesús decía que había que apedrearla, todas sus
enseñanzas sobre el amor, la compasión y el perdón, no tendrían sentido ni
coherencia. Si, por el contrario, decía que no la apedreasen, los fariseos se
le echarían encima, diciendo que estaba desobedeciendo la ley de Dios. Jesús
entonces hace algo muy interesante y que probablemente nadie entre la multitud
entendió. Se agachó y con su dedo escribió en la piedra (Dado que Jesús estaba
enseñando en el templo, el suelo era de piedra y no de arena como algunas
personas creen). Jesús en realidad estaba diciendo “tú me hablas de la ley,
pero yo estuve allí cuando Dios le dio los diez mandamientos a Moisés. Su dedo
en la piedra, era una representación del dedo de Dios escribiendo aquellos
mandamientos. Al levantarse responde algo que ninguno esperaba. Jesús,
conociendo sus corazones corruptos les dice “aquel de ustedes que esté libre de
pecado que tire la primera piedra”. De todas las personas allí presentes, ni
uno sólo podía condenar a aquella mujer. Tan solo Jesús; sin embargo él no lo
hizo. Uno a uno arrojaron sus piedras de más viejos a más jóvenes. En ese
instante Jesús se agachó una segunda vez para escribir en el suelo. El
evangelio no menciona qué fue lo que escribió, pero yo pienso que Jesús se
levantó a escribir una sola palabra “Gracia”. Es decir, Jesús se inclinó la
primera vez para simbolizar que él fue el autor de los diez mandamientos, y la
segunda para decir, pero yo no he venido a juzgar a nadie, sino para perdonar
los pecados a través de mi gracia. “Mujer, ¿Dónde están? ¿Ya nadie te condena?”,
“Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar”. Creo que la vida de
esta mujer cambió para siempre gracias a esta interacción con Jesús. Realmente
pienso que este fue su último pecado, porque la verdadera transformación sucede
cuando eres perdonado a pesar de tus imperfecciones. Sin embargo, los fariseos
pensaban lo contrario, primero debes actuar perfectamente y luego serás
perdonado.
Jesús es la luz del
mundo
Después de esa lección magistral de compasión, Jesús hace está afirmación
frente a los que han presenciado este evento. “Yo soy la luz del mundo. El que
me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. Sin duda
que seguir la ley no trae luz a nuestro espíritu, sino maldad, juicio interior
y un sentimiento de superioridad sobre otros. Cuando hacemos las cosas a
nuestra manera terminamos siendo arrogantes, prejuiciosos y egoístas, incluso
aunque pensemos que estamos haciendo lo correcto. Jesús dice si no me sigues a mí,
al final terminarás siguiendo tus propias pasiones y estarás ciego
espiritualmente. La única forma de permanecer en la luz y en la verdad es seguir
a Jesús, aprender sobre sus enseñanzas y permanecer fiel a sus mandatos, los
cuales él mismo escribe en nuestro corazón. “Si se mantienen fieles a mis
enseñanzas, serán realmente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad
los hará libres”
La atemporalidad de
Jesús
A pesar de sus claras enseñanzas, los fariseos continúan filtrándolo todo a
través de la ley y lo que ellos saben sobre religión. Obviamente, lo que Jesús
enseña desafía la ley que trajo Moisés, por la sencilla razón que la ley es
inflexible, todo es blanco o negro. Sin embargo, Jesús viene a traer la gracia,
y la gracia es flexible. La ley, no perdona al pecador, la gracia condena el
pecado pero no al pecador. La ley es rígida y estricta, la gracia es paciente y
compasiva. La ley señala las manchas, la gracia las lava. Pero lo más difícil
de digerir para los fariseos era que Jesús viene del padre y que por lo tanto
el existía desde antes de la creación. Cuando los judíos eran esclavos de los
egipcios, Moisés se encuentra con Dios en el desierto. Dios le dice que vaya a
liberar a su gente. Moisés duda que los judíos le crean así que le pregunta a
Dios. “Cuándo me pregunten por tu nombre ¿qué les diré?”. Dios le responde algo
muy interesante. “Diles que soy el que soy”. Es decir, soy aquel que es
atemporal, el que fue, es y será, aquel que vive afuera de las leyes del tiempo
y el espacio. Así que cuando Jesús les dice a los judíos que Abraham se
regocijó al saber que Jesús vendría, éstos se rieron y le confrontaron “ni a
los cincuenta años llegas ¿y has visto a Abraham?”. A lo que Jesús les responde
algo que los confunde tanto como los enfurece “ciertamente les aseguro que,
antes de que Abraham naciera ¡Yo soy!”. Jesús aquí utiliza las mismas palabras
que Dios usó en el desierto para presentarse a Moisés. Los judíos lo sabían y
por eso trataron apresarlo y matarlo en ese mismo instante, pero su momento aún
no había llegado. Jesús desaparece como por arte de magia y continúa con sus
enseñanzas.
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