“Ciertamente les aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere,
se queda solo. Pero si muere produce mucho fruto”
(Juan 12: 24 NVI)
Muchas personas llegan al cristianismo
porque han probado todo y aun así se sienten vacíos. Ven en la iglesia una
forma de estabilidad y Dios como un proveedor de todas sus necesidades. Se
saben felices, adoptados en una gran familia y a partir de aquí todo será
fácil. Pero ser un discípulo de Jesús supone más que eso; supone morir a lo que
se era antes; supone dejar atrás las pasiones que nos solían arrastrar. Cuando
Jesús dice “el que quiera seguirme que tome su cruz y me siga” se refiere precisamente
a eso. Hay algunos que bebían en exceso, otros tenían otros vicios, otros
simplemente usaban un lenguaje vulgar y soez; pero cuando te rindes a Jesús y
empiezas a conocerlo de verdad y a crear una intimidad con él, las cosas que
antes eran normales para ti, ahora dejan de serlo. De repente no te sientes
bien cuando usas esas palabras, ni cuando tratas a las personas de cierta
manera. El Espíritu Santo que ahora habita en ti está creando una nueva
conciencia. Tanto si te percatas como si no, hay una parte de ti que está
muriendo, y la debes dejar morir, para que tu nuevo yo pueda dar su fruto. A
eso se refiere Jesús aquí. Si le aceptas en tu vida, pero sigues haciendo las
mismas cosas que hacías anteriormente, nada va a suceder, ningún cambio va a acontecer
en tu vida. Pero si poco a poco te rindes a él, y le permites trabajar en tu
corazón, vas a tener que desprenderte de aspectos de tu vida que ya no te
sirven. Para algunos, esto es doloroso, porque son hábitos y patrones de
pensamiento que han usado como muletas durante muchos años, pero Jesús sabe que
si sigues usando esas muletas no serás realmente libre como él quiere que seas.
“El que se apega a su vida la pierde, en cambio, el que
aborrece su vida en este mundo, la conserva para la vida eterna”
(Juan 12: 25
NVI)
Jesús va más allá y nos dice que si
después de aceptarle a él todavía preferimos el tipo de vida que vivíamos antes,
entonces perderemos la vida que él viene a ofrecernos (la vida eterna), pero si
aborrecemos la vida que llevábamos hasta conocerle a él y aceptamos la que él
nos da, entonces si ganaremos esta nueva vida. La vida que Jesús nos promete,
es la misma que le promete a la mujer samaritana cuando dice que ríos de agua
brotarán de tu corazón y nunca más tendrás sed, es la misma vida que ofrece a sus
seguidores cuando dice que él es el pan de vida, cuando dice que él vino para
traer vida y traerla en abundancia. Jesús ofrece una vida llena de pasión por
vivir, por dar, por ayudar a otros, por mostrar nuestra compasión con nuestros
semejantes, una vida llena de propósito y por su puesto una vida que trasciende
el plano de lo meramente terrenal. Sin embargo, la vida terrenal se aferra a
las necesidades de lo que yo quiero, lo que necesito, lo que me da placer y lo
que evito porque le temo. Esa vida no lleva a ninguna parte, es como oasis
desiertos que no sacian la sed, ni calman el hambre, ni alimentan al espíritu.
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