Saturday, February 20, 2016

CAPITULO 13


“Ciertamente les aseguro que ningún siervo es más que su amo y ningún mensajero es más que el que lo envió”
(Juan 13: 16 NVI)
En el mundo en el que vivimos hoy cuando pensamos en el concepto de liderazgo pensamos en autoridad, poder de decisión, libertad para actuar a nuestra manera, implementando nuestros métodos, sin tener que rendir cuentas a nadie. Sin embargo, el liderazgo de Jesús es completamente diferente. Su liderazgo es sumiso y servicial. Él tiene claro que vino para servir y sacrificarse por aquellos que estaban bajo su protección; hasta el punto de entregar su propia vida.
El maestro está a punto de partir, es su última noche juntos. Todos esperan un hermoso discurso, o unas palabras de ánimo. Pero en vez de eso, Jesús se quita su manto, se ata una toalla a la cintura y comienza a lavarles los pies, uno a uno. Debemos entender que esa era tarea o de un esclavo o de uno mismo. Era costumbre judía lavar los pies al entrar una casa por la suciedad que se traía de fuera. Nadie había pensado en esa ceremonia antes de la cena, pero Jesús, bajándose al nivel de esclavo, se arrodilló e hizo lo que nadie esperaba. No sólo les dio una lección de humildad sino que los retó a que lo hicieran ellos también a otros. “Dichosos serán si lo ponen en práctica”.
“Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros. De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros”
(Juan 13: 34-35 NVI)
Los mandamientos de Jesús son mucho más simples que los mandamientos del antiguo testamento. Son muy pocos, sin embargo requiere toda una vida disciplinarse en ponerlo en práctica. Antes de partir, Jesús les da el último y más importante mandamiento de todos: mostrar amor los unos por los otros. Esa sería la señal inequívoca de que eran seguidores de Jesús. No reconocemos a los seguidores de Jesús por cuántas escrituras hayan memorizado, ni por cuantas oraciones hayan hecho, ni por sus conocimientos teológicos o por sus penitencias de arrepentimiento. La gente reconocerá a Jesús en nosotros por nuestras buenas obras.

Obrar el bien de manera humilde, sin esperar reconocimiento, ni agradecimiento, ni el favor de Dios; simplemente hacer lo bueno, porque sabemos en nuestro corazón que es lo correcto. El mandamiento que Jesús nos deja no está escrito en ninguna piedra sino en nuestro corazón. Acercarse a él, significa poco a poco ir cambiando a su imagen y semejanza. Cuando lo mantenemos a él fresco en nuestro día a día, cuando recordamos sus acciones, sus enseñanzas, su amor incondicional y su sacrificio, emana de nosotros de manera natural un deseo de hacer lo mismo con los demás. Por eso nuestra oración debe ser “permite que la gente te vea a ti, cuando actúe yo, que te escuche a ti, cuando hable yo, que te sienta a ti, cuando yo esté cerca”. Jesús no tiene forma de llegar a otras personas si no es a través de nosotros. Somos sus pies y sus manos, sus instrumentos de amor y compasión. 

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