“Ciertamente les aseguro que ningún siervo es más que su
amo y ningún mensajero es más que el que lo envió”
(Juan 13: 16 NVI)
En el mundo en el que vivimos hoy cuando
pensamos en el concepto de liderazgo pensamos en autoridad, poder de decisión,
libertad para actuar a nuestra manera, implementando nuestros métodos, sin
tener que rendir cuentas a nadie. Sin embargo, el liderazgo de Jesús es
completamente diferente. Su liderazgo es sumiso y servicial. Él tiene claro que
vino para servir y sacrificarse por aquellos que estaban bajo su protección;
hasta el punto de entregar su propia vida.
El maestro está a punto de partir, es su
última noche juntos. Todos esperan un hermoso discurso, o unas palabras de
ánimo. Pero en vez de eso, Jesús se quita su manto, se ata una toalla a la
cintura y comienza a lavarles los pies, uno a uno. Debemos entender que esa era
tarea o de un esclavo o de uno mismo. Era costumbre judía lavar los pies al
entrar una casa por la suciedad que se traía de fuera. Nadie había pensado en
esa ceremonia antes de la cena, pero Jesús, bajándose al nivel de esclavo, se
arrodilló e hizo lo que nadie esperaba. No sólo les dio una lección de humildad
sino que los retó a que lo hicieran ellos también a otros. “Dichosos serán si
lo ponen en práctica”.
“Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a
los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a
los otros. De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los
unos a los otros”
(Juan 13: 34-35 NVI)
Los mandamientos de Jesús son mucho más simples
que los mandamientos del antiguo testamento. Son muy pocos, sin embargo
requiere toda una vida disciplinarse en ponerlo en práctica. Antes de partir,
Jesús les da el último y más importante mandamiento de todos: mostrar amor los
unos por los otros. Esa sería la señal inequívoca de que eran seguidores de
Jesús. No reconocemos a los seguidores de Jesús por cuántas escrituras hayan
memorizado, ni por cuantas oraciones hayan hecho, ni por sus conocimientos
teológicos o por sus penitencias de arrepentimiento. La gente reconocerá a
Jesús en nosotros por nuestras buenas obras.
Obrar el bien de manera humilde, sin
esperar reconocimiento, ni agradecimiento, ni el favor de Dios; simplemente
hacer lo bueno, porque sabemos en nuestro corazón que es lo correcto. El
mandamiento que Jesús nos deja no está escrito en ninguna piedra sino en
nuestro corazón. Acercarse a él, significa poco a poco ir cambiando a su imagen
y semejanza. Cuando lo mantenemos a él fresco en nuestro día a día, cuando
recordamos sus acciones, sus enseñanzas, su amor incondicional y su sacrificio,
emana de nosotros de manera natural un deseo de hacer lo mismo con los demás.
Por eso nuestra oración debe ser “permite que la gente te vea a ti, cuando
actúe yo, que te escuche a ti, cuando hable yo, que te sienta a ti, cuando yo
esté cerca”. Jesús no tiene forma de llegar a otras personas si no es a través
de nosotros. Somos sus pies y sus manos, sus instrumentos de amor y compasión.
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