Thursday, October 4, 2012

Los hijos son el mejor regalo

Los hijos son una herencia del Señor, los frutos del vientre son una recompensa
(Salmos 127:3)

Ayer  fue el tercer aniversario de boda con mi esposa. Pasé la mitad de la tarde recuperando viejas fotografías de cuando nos conocimos, cuando comenzamos a salir juntos y a conocernos. Cuando ya casi estaba terminando mi montaje entró en mi hija Isell de 17 meses radiante de alegría, con una sonrisa que iluminó la habitación al instante. Había pasado tanto tiempo enfocado en mi esposa y yo, recordando las etapas por las que pasamos que, por un instante, había apartado a mi hija de la escena. Pero cuando ella apareció así de sonriente me dio un súbito vuelco el corazón. En ese mismo momento sentí la bondad de Dios en mi vida. Ella es la manifestación de Su gracia y Su generosidad. Cuando pienso en todas las coincidencias que se tuvieron que dar para que yo terminara viviendo aquí en Houston, cuando calculo los millares de situaciones que se dieron para que yo fuera contratado por esta escuela y no otra, para que yo viviera en los apartamentos en los que conocí a mi esposa y no otros. Para mi ahora no hay duda que Dios me había predestinado esta hija, incluso antes de que yo naciera. Ella es el regalo más hermoso que tengo. Cuando me despierto por las mañanas y la veo con esos ojos de asombro, de gratitud y sorpresa, entiendo y valoro lo mucho que significa en mi vida, estoy no sólo aceptando el regalo que Dios me ha traído, sino que lo estoy honrando y bendiciendo.

Mi hermana Paula, recientemente ha tenido una niña, Enara de a penas un mes de vida y mis cuñados Lorna y Mario trajeron a este mundo a Leo de tan sólo dos semanas. Cuando uno contempla la serenidad, la paz y el halo de amor que esos pequeños seres desprenden sabe a ciencia cierta que vienen de estar en presencia de Dios. Provienen del amor y por tanto lo irradian naturalmente, sin necesidad de hablar de el, ni de actuar en el. Su sola presencia despierta el amor desbordante de los que los contemplan. De igual manera irradian paz, sin pretender ganarla, ni sostenerla solamente apaciguan a aquellos que los observan. Por ultimo ellos irradian gozo sin pretenderlo, ni fingirlo emanan la sensación de alegría y contento que sólo Dios puede dar y dichosos son los ojos que esto contemplan, porque también se impregnan de esa felicidad inagotable. Cuando Isell tenía semanas recuerdo que antes de dormir me quedaba mirándola dormir. A veces me quedaba incluso una hora con los ojos fijos en ella, observando como respiraba, con sus ojos cerrados y aquella paz interior. Recuerdo que me iba a dormir con la sensación de orgullo, contento y serenidad. Era como si Dios mismo estuviera transfiriendo sus regalos en mi a través de mi hija. Por ello, ahora comprendo que tal y como dice el salmista los hijos son la herencia del Señor, los frutos del vientre son una recompensa.

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