Wednesday, October 17, 2012

andar despacio, para crecer deprisa


recuerdo que cuando hice el camino de Santiago en 2001, hubieron etapas que se me hacian interminables. En las planicies castellanas, solo llanuras, soledad y silencio. No me gustaba estar en ese lugar, mi mente preferia estar con gente, cantar, hablar o interaccionar. Sin embargo durante esas largas y silenciosas caminatas algo en mi interior iba poco a poco muriendo. El incesante hablar interior y la inquietud mental iba dando paso a una paz y una serenidad inédita.

Cuando me adentré en Galicia, la naturaleza me mostró su cara más hermosa. Se escuchaba el relajante fluir del agua de los riachuelos. La vegetación hizo una súbita aparición y las montañas se forraron de verde hasta donde alcanzaba la vista. Ahí la voz interior que se había extinguido revivió para maravillarse de cada pequeño detalle que la naturaleza me regalaba.

Ahora sé que si no hubiera desacelerado mi mente y la hubiera sometido a aquel paso lento y solitario, sun incensante actividad nunca me hubiera permitido disfrutar de la misma manera lo que ahora estaba viendo. En el camino me di cuenta que hay gente que va en bicicleta y otros en caballo.Algunos caminan un rato y conducen otro. Pero ninguna de las experiencias es equiparable a simplemente caminar.

Lo mismo sucede en nuestra rutina espiritual. Podemos escuchar mensajes, o audiolibros, o ver un programa inspirador. Todo eso son alimentos para el alma, que nos nutre y nos sostienee. Pero hay algo especial en desacelerar, sentarse en silencio, leer, reflexionar, escribir, meditar y volver a leer. Cuando apartamos un tiempo para dejar de pensar y solamente permitimos que la sabiduría, que la luz y la paz entren en nosotros a través de lo que leemos, algo especial sucede. Ese mismo pasaje que habíamos leído y releído, ese proverbio que ya conocíamos salta a nuestra conciencia. Dios nos muestra la verdad, las palabras en esos momentos de calma. Esas verdades son reveladas cuando nuestra mente se aquieta, cuando abrimos las aguas de la agitada agenda.

En el aquietado centro del huracán residen los secretos del alma, que sólo a paso lento se pueden aprender. Por eso, al igual que los peregrinos, no olvides tu caminata diaria, tu tiempo de paz y de sosiego. No lo cambies, por el mensaje mientras limpias, ni el audiolibro mientras conduces, ni la conversación metafísica mientras miras el reloj. Para el tiempo, para que los portales del corazón estén preparados a recibir verdad y revelaciones.

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