Los consolaré allí, en Jerusalén, como una madre consuela a su hijo.
(Isaías 66:13 NTV)
El amor de una madre es lo más parecido
que tenemos en nuestro mundo, para entender como es el amor de Dios. En su
disertación magistral sobre el amor Pablo explica claramente cómo es el amor de
Dios: “El amor es paciente y bondadoso. El amor no es celoso ni fanfarrón ni
orgulloso, ni ofensivo. No exige que las cosas se hagan a su manera. No se
irrita ni lleva registro de las ofensas recibidas. No se alegra de la injusticia
sino que se alegra cuando la verdad triunfa. El amor nunca se da por vencido,
jamás pierde la fe, siempre tiene esperanzas y se mantiene firme en toda
circunstancia” (1 Corintios 13: 4-7NTV).
Una madre ama a su hijo desde que está en
su vientre y su flujo de amor no cesa ni siquiera después de que se vayan de
este mundo. Pablo dice: “Por tanto, ya que estamos rodeados por una enorme
multitud de testigos de la vida de fe, quitémonos todo peso que nos impida
correr” (Hebreos 13:1 NTV). Es decir, desde el cielo, podemos imaginarnos un
estadio donde nuestros familiares nos animan desde las gradas celestiales en la
carrera que corremos aquí. Mi madre escribía una dedicatoria muy especial a mi
abuela diciendo que sólo tenía amor de agradecimiento para ella. Puedo
imaginarme a mi abuela desde las gradas del cielo recibiendo ese
agradecimiento, llena d orgullo, por verla continuar en su carrera de la fe.
No puedo ni siquiera contar las numerosas
mañanas en las que mi madre amorosamente estuvo allí, al despertarme, preparar
mi desayuno, llevarme almuerzo a la escuela, cuidar de mis heridas al caerme,
preocuparse por mis dolores emocionales. Estuvo allí en mis obras de teatro, en
mis partidos de fútbol, en mis graduaciones, eventos y demás sucesos que fueron
importantes para mí. Como el flujo constante de un río el amor de mi madre no
se ha separado de mí, aunque yo sí de ella físicamente. La distancia no
disminuyó su amor. El casarme o ser adulto no lo extinguió, lo transformó. Pero
siempre he sentido su continuo y persistente amor hacia mí, como si el cordón
umbilical nunca se hubiera roto entre nosotros dos.
Entender que Dios nos quiere de esa manera, también me ha ayudado a
apreciar y valorar esa virtud en mi madre. Hoy por ser el día de la madre sólo
quiero honrarla y bendecirla por todo lo que ha hecho en mi vida. Te quiero
mamá.
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