Monday, March 18, 2013

una carta al cielo



Te escribo esta carta porque hace tiempo que el Señor ha estado lidiando conmigo. EL me ha estado poniendo en el corazón que te escribiera estas palabras, pero yo lo he ido posponiendo día tras día. No obstante, esta noche he decidido que no quiero que te vayas de este mundo sin escuchar lo que te tengo que decir.
Tal vez, sea tarde para que te llegue este mensaje. Tal vez, ni siquiera comprendas lo que te digo, porque tu estado de salud no te lo permite. Pero yo estoy convencido de que tu espíritu está recibiendo mi mensaje, y de hecho, me consta que ya que lo has recibido porque lo llevo cargando en mi corazón desde hace ya algún tiempo.
Quiero decirte que yo siempre admiré al abuelo Mariano. Cuando hablaba de mis abuelos le favorecía a él más que a ninguno, por lo mucho que me identificaba con él y por lo mucho que sabía que él me quería. Siempre encontraba una forma de hacerme sentir especial.
Recuerdo perfectamente como a nadie le importaba mucho como me iba en el fútbol. A veces ni siquiera mis padres iban a verme jugar. Pero el abuelo se desvivía por saberlo todo. Me llamaba y leía los resúmenes de los partidos en el periódico. Todavía recuerdo como fue a verme jugar cuando fui a Lorca. A penas si había empezado la temporada y aún estaba yo de reserva. El insistió e insistió en que jugara, hasta que al final el entrenador me metió. Podía escuchar al abuelo animándome y sacando pecho con los otros aficionados :ese es mi nieto, ese es mi Javi. A partir de aquel partido comencé a ser titular, pero el abuelo no podía venir a verme siempre, así que me seguía en la distancia. Yo deseaba más que nada contarle de mis hazañas deportivas. Era como si a través mía, el abuelo reviviera sus sueños de juventud. Pero por desgracia, aquel mismo año, su salud empeoró dramáticamente. A final de temporada ganamos la liga y yo llegué a vuestra casa con mi camiseta, con el número 6, para dársela de regalo. Estaba emocionado y supongo que no era muy consciente de lo muy enfermo que estaba. Cuando entré a la habitación, ni siquiera me reconoció.
Recuerdo que me sentí triste, porque hubiera deseado que me hubiera visto ganar, que hubiera podido celebrar aquella importante victoria conmigo. Quería darle esa alegría más que nada en este mundo, pero su mirada estaba perdida y yo no encontraba la forma de expresarle mi felicidad.
Después de enterarlo, algo muy extraño sucedió. Es como si la tristeza, la confusión y la pena de que se fuera dieran paso a una alegría mayor. Sentí que con su partida el abuelo me estaba dejando un legado mucho más grande que cualquier herencia o riqueza. Con su marcha, me dejó su creatividad, su ingenio, su bondad y sus ganas de luchar por hacer cosas importantes. Sentí en ese momento que sí había celebrado conmigo mi victoria y que si me vio ganar. Desde entonces, el abuelo ha estado muy presente en mi vida. De hecho, para mi tiene más sentido que yo sintiera esa curiosa atracción  de venir a los Estados Unidos, para completar algo que él no pudo terminar. Al igual que tampoco es casualidad de mi primer libro se tratara de la creatividad, cualidad tan presente en todas las facetas de su vida.

Lo que quiero decir, es que aunque él nunca llegó a verme madurar, se que ahora celebra todas mis victorias desde el cielo y yo siento que tras su marcha me dejó un relevo importante que yo he continuado con orgullo.
Y te cuento esto para decirte a ti las cosas que nunca te dije, pero que hoy quiero decirte. Quisiera decirte que detrás de la figura del abuelo siempre estuviste tú. De él aprendí a sonreírle a la vida. Sin embargo, nunca te dije lo mucho que me gustaba irme a dormir por las noche escuchándote rezar. Nunca supe por qué yo buscaba a Dios, a pesar de que dejamos de ir a la iglesia. Pero ahora se que tú plantaste esa semilla en mí. Tu pusiste al Señor en mi corazón, con tus oraciones nocturas y al amanecer. Ahora entiendo por qué siendo tan pequeño, aleccioné a uno de los monaguillos y fui corriendo a contártelo a ti. Ahora entiendo que nuestra familia vive protegida de la crisis y las catástrofes, gracias al manto de protección que has pedido día tras día al Señor. Las bendiciones generacionales que has dejado son claras, y sólo con los ojos de fe que tu tienes se pueden ver.
Ahora comprendo por qué hay una parte de mi metódica y cuidadosa en mi dieta, en mi salud. Me viene de ti, del modelo que mostrabas, con tu forma de ser serena, modesta, pero constante y laboriosa. Ahora comprendo por qué se ha despertado en mi el deseo de encontrar a Dios en mi corazón. Ese es el legado que tú me has dejado, y es el relevo que yo pienso continuar honrando.
Puede ser que no me veas triunfar en estos dones que me dejas. Puede que no me llegues a ver subido a un púlpito, o que leas las hojas de mi primer libro dedicado a Dios. Pero en el día de hoy quiero decirte que lo que viniste a hacer a este mundo lo hiciste con todo el corazón. El legado que dejas, no va a desaparecer contigo, sino que los que recibimos tu herencia lucharemos para mantener esos valores de fe, valor e integridad que tú nos dejas.
Muchas veces me sobreviene una pena, porque pienso que no te voy a ver la próxima vez que vaya a España y que si te veo, no se muy bien como te voy a decir todo esto que siento. Por esto te escribo estas palabras y así quedamos los dos en paz. Si te vas, antes de que te vea, solo quiero decirte que te quiero mucho y que me siento orgulloso de ser tu nieto. Estoy feliz por ti, por que por fin podrás ver al abuelo. Cuando lo veas dile también le quiero mucho. Y también te encargo que abraces a mi abuelo Ignacio y a mi abuela Paula y les hagas saber lo mucho que los quiero. Gracias por todo lo que has hecho por nuestra familia.
Tu nieto que te quiere
Javi