Thursday, May 31, 2012

La sal y la luz


Cuando releo los pasajes de los evangelios me sorprende la naturalidad y la simplicidad con la que Jesus usa sus palabras. Siempre elige términos relacionados con la naturaleza, o aspectos de la vida que son obvios. Es como si quisiera hacer los conceptos del espíritu lo mas sencillo posible para que entendamos a la realidad a la que apuntan sus enseñanzas. En el pasaje en Mateo 5 Jesús describe al creyente como la sal y la luz de la tierra.

Si la sal pierde su sabor se vuelve insípida y por lo tanto pierde su poroposito y el objeto de exitencia. Igualmente si el creyente pierde su identidad en Dios, pierde su propósito y su rumbo en la vida, pierde su esencia, aquello que describe su verdadera naturaleza. Al contrario de lo que la gente piensa lo que nos define no es nuestra personalidad, sino el espíritu que todos llevamos dentro de Dios. En nuestro hombre espiritual llevamos nuestra brújula para guiarnos en la vida. Allpi es donde encontramos los dones que Dios puso en nosotros, nuestros verdaderos talentos, deseos y propósitos. El hombre que pierde eso, se pierde en un mundo lleno de vanidad, de esfuerzos humanos y desgaste diario. Sólo en la alineación con la voluntad del Padre existe la paz, la serenidad, el entusiasmo, las ganas de vivir. Aquel que vive conectado a esa fuente de vida representa la sal de la tierra.

Ustedes son la sal de la tierra.
Pero si la sal se vuelve insípida, ¿cómo
recorbrará su sabor? Ya no sirve para 
nada, sino para que la gente la deseche 
y la pisotee.


Mateo 5: 13


Luego Jesús nos describe como la luz del mundo, aquellos que han de iluminar el camino a los que caminan en las tinieblas de la conciencia. Mostrar nuestra luz significa brillar en todo nuestro esplendor mostrando quienes somos en Cristo. Las cualidades innatas de Dios son el amor, la alegría, la paz. Las cualidades que Dios nos otorga para que nos relacionemos con nuestros semejantes son la paciencia, la bondad y la benignidad. Por último las cualidades que Dios nos deja para relacionarnos con el son la fé, la fidelidad y la esperanza. Aquella persona que refleja todas esas cualidades, que las manifiesta en su conducta, en su comportamiento, en sus acciones diarias, está brillando ante los ojos de los demás.
Cuando una persona se convierte en reflejo de las cualidades de Dios está brillando en todo su esplendor y ni toda la obscuridad del mundo pueden bloquear esa luz que emana su sola presencia.

Ustedes son la luz del mundo. 
Una ciudad en lo alto de una colina no 
puede esconderse. Ni se enciende 
una lámpara para cubrirla con un cajón.
Por el contrario, se pone en la repisa 
para que alumbre a todos os que están en la casa.
Hagan brillar su luz delante de todos,
para que ellos puedan ver las buenas obras
de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo.


Mateo 5: 14-16 

Tuesday, May 29, 2012

El sermón de la montaña


Imagina que vives hace dos mil y pico de años en Galilea. Eres un jornalero que vienen de trabajar en el campo, con el cuerpo cansado de la larga jornada y pensando como vas a proveer para tu familia alguien te dice que un rabino que obra milagros va a hablar desde lo alto de una montaña. Ves como una multitud de miles y miles de personas se agolpan para ir a escucharle. No tienes ninguna intención de ir a verlo, pero la curiosidad te puede. Ya sabes a donde te lleva la senda que estás caminando, ya sabes la situación que te espera en casa. Puedes anticipar la cara de preocupación de tu esposa al comprobar que aún no has traído salario para poner un plato de comida en la mesa.

Decides acercarte sólo para ver de qué se trata. A pesar de que la muchedumbre es enorme, el silencio reina en la ladera de la montaña bajo un sol de justicia. En lo alto de la colina un hombre de rostro resplandeciente, habla con tono suave, pero fervoroso a la vez.

Dichosos los pobres de espíritu,
porque el reino de los cielos les pertenece.
Dichosos los que lloran,
porque serán consolados.
Dichosos los humildes,
porque recibirán la tierra como herencia.
Dichosos los que tienen hambre y sed
de justicia,
porque serán saciados.
Dichosos los compasivos,
porque serán tratados con compasión.
Dichosos los de corazón limpio,
porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz,
porque serán llamados hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por
causa de la injusticia.

Tu mente no puede entender lo que dice. ¿Dichosos los pobres de espíritu, los que lloran, los humildes, los compasivos? Como va el reino de los cielos ser para aquellos que más padecen. En tu clase obrera, ni siquiera entienden el concepto del reino de los cielos. La jornada es tan agotadora que no tienes tiempo para reflexionar, ni meditar, ni leer, ni tan siquiera hablar con Dios. ¿Por qu;e iba Dios a interesarse por la vida d eun simple campesino?. Al fin y al cabo Dios sólo habla con los profetas, con los estudiosos de la teología y con aquellos que no tienen oficio.

Mientras tu mente se halla en una comleta confusión por tantas contradicciones tu espíritu reconoce una verdad que nunca antes ha sentido. Paradójicamente a lo que piensas, tu espíritu sabe que de la boca de ese hombre sólo emana la verdad. Una intuición que va más allá te dice que ese hombre no es un hombre cualquiera y que sus enseñanzas no proceden de ningún libro. No le pones palabras, ni sabes ponerselas. Nunca has experimentado vivir la presencia de Dios, pero en el día de hoy sientes que estás más vivo de lo que nunca has estado. Tu espíritu sabe que estás escuchando al Hijo de Dios y una paz te invade con tal fuerza que ni tu mente, ni tus dudas, ni tu realidad puede impedirselo.

Se poadera de ti la sensación de que tuyo es el reino de Dios, de que El está contigo y que conoce tu nombre. Tienes la certeza de que en tu casa no faltará el pan, ni el agua ni el vino. Envuelto en un halo de protección te sientes seguro, a salvo y en paz contigo mismo.

La gente se dispersa y tú todavía no das crédito a lo que ha sucedido. Las palabras de aquel hermoso hombre resuenan en tu cabeza y hacen vibrar tu espíritu en resonancia a su verdad. A cada paso estás más deseoso de llegar a casa y conrrale a tu esposa lo sucedido. Cuando abres la puerta, tu esposa te espera con una sonrisa y lágrimas en los ojos. No vas a creer lo que me pasó, te dice tu esposa sin a penas dejarte hablar. Un rabino pasó y me dio una cesta de pan y otra de pescado para que pudieramos comer.